Carta al director (núm. 5)

 “-¡Pero si va desnudo!- exclamó de pronto un niño. -¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia!-. ¡El emperador va desnudo!- gritó, al fin, el pueblo entero. Hans Christian Andersen. Kejserens nye Klæder [El Traje Nuevo del Emperador], 1837.

 

Sabe que va a morir y sonríe. Cuánta valentía. Los héroes de nuestra actual Troya, irracional y decadente, tienen un nuevo rostro. Qué lejos quedan Aquiles, el de los pies ligeros, o Héctor, el de tremolante casco, u Odiseo, el de ánimo paciente. Hoy las batallas continúan, tienen nuevas y complejas formas pero siguen mostrando el valor que anida en el corazón de cada persona. Y suponen, siempre, una enseñanza que no debemos olvidar nunca. Como la que nos ha regalado, en su infinita generosidad ante el sufrimiento, Anabel, la que sonríe a la muerte.

De semblante jovial, casi infantil, sus ojos son vivos y expresivos. Nada haría vislumbrar su terrible situación salvo que, detrás de su figura, se percibe una cama deshecha y agotada, que junto a un cabello muy corto, que comienza a crecer y que ella acaricia con gracia, nos retrata un pasado reciente de durísimos combates, con armas desgarradoras hoy denominadas quimioterapia. Nuestra heroína es una joven mujer de tan sólo 26 años, en el alba de la vida, con un extraño cáncer de ovario que está lacerando sus entrañas, aspirando su existencia.

¡Qué cruel combate el librado, mi valiente heroína! Pensad, y no lo olvidéis, el calvario que tuvo que recorrer portando a cuestas su enfermedad. El empezar a no encontrarse bien, las continúas visitas a clínicas y hospitales, el sufrimiento y angustia ante tantas pruebas, la noticia de la confirmación, las durísimas sesiones del tratamiento, las nuevas que anuncian que el adversario es demasiado feroz, sádico, despiadado… que es invencible… que el combate es inútil. Con una sonrisa que inunda de luz tan cruel campo de batalla Anabel nos dice, de modo literal y en el momento exacto en que su gesto cobra mayor retozo, que se encuentra en las últimas. Sí, últimas miradas, últimas sensaciones, últimas esperanzas. Un mundo del cual se despide, un futuro -que sin duda alguna habría sido muy hermoso- que ya no podrá vivir, tantos sueños que nunca, jamás, se cumplirán. Pero no hay tristeza en sus palabras, ni en sus ojos, ni en su alma. El coraje de los invictos nos muestra que no existen límites para quien es todo corazón. Pues sabe del enorme valor que ha tenido su vida, cada segundo de su existencia. No sólo, por supuesto, para su familia y amigos, para quienes la conocieron y pudieron disfrutar de su presencia, sino para todo aquel que quiera escucharla en estos momentos.

Decía Séneca que sólo el que tiene arrojo es libre. Y ella, Anabel, la que sonríe a la muerte, triunfadora, plena de sabiduría y lucidez, es paradigma de libertad. Ya no existen cadenas que la aten, las mismas que amordazan a los trémulos y falsos líderes que hoy confunden a una humanidad a la deriva. Su voz proviene directamente del corazón, a borbotones, limpia, pura, auténtica. La voz de la verdad. En un minuto de interlocución sus suaves palabras destilan más verdad que infinitas horas de discursos de políticos vanos, contertulios mediáticos que todo lo saben, fatuos influencers de esas redes absurdas -que no nos sorprenda que estén cargadas de tanto odio y rencor, no son más que un reflejo de nosotros, un nuevo y en apariencia lustroso callejón del Gato valleinclanesco- que hoy aborregan a una sociedad vacía y hedonista. Frente a los oráculos de las estatuas de barro una joven infinitamente valiente, lúcida, dulce, desvela una de las más sangrantes verdades que, incomprensiblemente, cuesta tanto pedir: resulta imprescindible financiar la investigación médica, la lucha contra las enfermedades, poner todos nuestros recursos al servicio de la salud y la vida. ¿Acaso puede haber algo más urgente y necesario? ¿Qué prioridad mayor puede tener un gobierno o administración? Es ridículo tener que hacer esta pregunta, pero, ¿existe realmente algo más importante que la salud…?

Anabel, la que sonríe a la muerte, en su lucha terrible contra el cáncer, ruega que se dedique más dinero a la investigación científica, que se destinen más recursos a la sanidad. Lo hace pensando en otros, en futuras batallas, pues la explanada en la que ella combate está ahora yerma y desolada. Agradece desde el alma la ayuda de los doctores que la atendieron, sabe que hicieron lo imposible pero no tenían medios para más. Fueron a la contienda con las manos desnudas.

Cuando pude contemplar este desgarrador vídeo habían pasado varios días desde que fue subido a Youtube y sólo tenía treinta valoraciones y cinco comentarios. En todas estas redes los mensajes que reciben miles de visitas y apoyos son los que se preocupan de temas mucho más transcendentes como la expulsión del histrión de turno de un programa basura o si la nueva novia de aquel futbolista en decadencia le ha vuelto a ser infiel. Son fruto de esa misma sociedad en la que tantos se ufanan de tener 5.000 amigos en la red y sin embargo no conocen a su vecino de enfrente. Y los grandes medios de comunicación tradicionales, por su parte, estaban en esos momentos copados por asuntos de capital relevancia -creados de la nada por los políticos al considerarlos, por supuesto, decisivos para mejorar la vida de las personas- como el Brexit, no se qué nueva propuesta de un referéndum y la última noticia sobre la tumba de Franco.

Sé que mi voz no llegará muy lejos, pues precisamente lo que aquí estoy exponiendo puede ser calificado por los paladines de la opinión como demagogia -lo que resultaría paradójico si conocieran el auténtico significado de esta palabra-, pero es necesario decirlo, llegue a donde llegue. Los nuevos héroes no contarán con la voz de Homero, que hizo inmortales a aquellos griegos y troyanos que imploraron ayuda a sus dioses, pero desde aquí quiero suplicar que sean escuchados pues en su boca está, ciertamente, la verdad. ¿Y cuál es una de las lecciones que debemos aprender? Que resulta desgarrador comprobar, es un pecado imperdonable, la cantidad enorme de dinero y recursos que se queman en cosas absolutamente absurdas e inútiles en esta irracional sociedad en la que vivimos mientras se regatea, hasta el extremo, las más mínimas ayudas económicas a esos científicos e investigadores que están afrontando el reto de luchar contra las enfermedades, de mejorar la producción agrícola para paliar el hambre en el mundo, de reducir la mortalidad infantil, de diseñar nuevos medicamentos más eficaces y con menos efectos secundarios…

El cáncer, sin ir más lejos, es una brutal enfermedad de la que no hay familia que, de un modo u otro, haya escapado. Y es un drama para todos sus miembros, en el hogar en el que entra destroza todo aquello que pudiéramos llamar bienestar. ¿No tendría que ser el erradicarlo, realmente, un objetivo prioritario de cualquier administración? Pero el dinero que se invierte en ello es mínimo. Cualquier infraestructura innecesaria, una duplicidad municipal-autonómica- estatal, o una extravagante campaña ideológica patrocinada por políticos -como me estoy centrando en España trasládenlo con sus propios nombres a otros países- consumen valiosísimos recursos que podrían resultar determinantes para concluir con éxito una prometedora línea de investigación. No son pocas las noticias que saltan a los medios de equipos de científicos que hablan de posibilidades de curación del cáncer o de un avance importante, son voces que demandan financiación desesperadamente. Ya que se habla hoy tanto de referendos para los más variopintos temas, ¿por qué no se hace uno en el que los ciudadanos decidamos directamente a qué destinamos el dinero de nuestros impuestos?

Ni siquiera la financiación pública que se dedica a la propia investigación científica es orientada por completo a unas prioridades sociales, a mejorar en verdad la vida de las personas. Es poco conocido que, aunque existen temas preferentes, también se destina una importante parte de ella a problemáticas que podríamos calificar más como culturales -e incluso folklóricas– que como auténticamente científicas. El lector curioso puede leer los títulos de los proyectos concedidos en las distintas resoluciones que se publican con periodicidad. Los que hemos trabajado durante décadas en la universidad pública española conocemos demasiados casos al respecto, y el destino que se dio a esa financiación. Es un mundo politizado en extremo y dominado aún, parece mentira, por normas que encajarían mejor en el feudalismo que en las democracias del siglo XXI. Envuelto todo ello, además, en infinitos trámites burocráticos (potenciados, de modo incomprensible, en plena era de las TIC) que, lejos de resultar garantistas (aunque adaptables según quiénes), se convierten en kafkianos, y desalientan a muchos investigadores por la gran cantidad de tiempo y esfuerzo que implican. Se han dado casos de rechazarse importantes proyectos por no haberse completado formularios conforme a unas reglas tipográficas concretas. A veces parecería que la extrema burocracia existe tan sólo para justificar una mastodóntica administración, a costa de robar un valiosísimo tiempo a científicos que podrían dedicarlo a sus investigaciones. Hasta han surgido empresas especializadas en gestionar estos interminables trámites por la desesperación de los solicitantes ante tantas barreras. ¿Es lógico todo esto? Y solo es un botón de muestra de lo absurdo que envuelve a algo tan relevante, tan crítico, como son nuestros avances en el ámbito de la medicina, a lo que lo público debe dar preferencia absoluta pues es la base, qué duda cabe, del bienestar de los ciudadanos.

Las murallas de esta extraña Troya, desgobernada, caótica y concupiscente, son demasiado recias, indestructibles, pero todos conocemos que existe una forma de vencer a tan decadente ciudad. Y no, no, puede ser de otro modo, la proeza estará siempre en manos de los héroes.

P.D. Anabel Benítez Rodríguez falleció dos semanas después de haber grabado este vídeo. Su padre lo publicó un año después, una vez tuvo fuerzas para ello. Ya había perdido a su esposa, también de cáncer, hacía siete años. El extraordinario mensaje de Anabel se encuentra en www.youtube.com/watch?v=afePmeEtVVY. Admiremos su legado.