Carta del director

LA EDUCACIÓN ES UN ARTE

“El vaso conservará por largo tiempo el aroma de la primera sustancia que contuvo”
Horacio, Epístolas, libro I, 2, v. 69-70

 

Son especiales. Se abre la puerta y con ellos entra la comprensión y la sabiduría. En esos momentos decenas de miradas se clavan en esa figura que avanza hacia la mesa. Saben que algo nuevo y maravilloso va a acontecer, pues todos los días se produce el milagro. Oyen esa voz y sus almas comprenden que ese vínculo invisible que les une se vuelve más fuerte que nunca. Que serán transformados. Que un eterno regalo quedará depositado para siempre no solo en su mente, sino también en sus corazones.

Usted lo ha experimentado. Tal vez fuera hace décadas, o se produjera ayer mismo. Viaje al pasado en esa extraordinaria máquina del tiempo que son sus recuerdos, y los verá. Volverá a sentir esa sensación. De nuevo se encuentra sentado en su pupitre. El olor de la goma de borrar, el sonido de la risa de su compañero, la tenue luz de octubre que se filtra por las ventanas… Y entonces aparece. Tal vez fuera una mujer, o un hombre, tal vez era muy joven, o estaba a punto de jubilarse, tal vez enseñara historia, o física, tal vez impartía en 1º de Primaria, o en 5º de Derecho… Da igual… tenía el don.

¡Oh capitán, mi capitán! Todos hemos participado de esos momentos mágicos. Es por ello que nos resulte tan emotivo el final de la película El Club de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, Peter Weir, 1989). Tuvimos en algún momento de nuestras vidas un John Keating –interpretado magistralmente por Robin Williams– que, enfrentado en ocasiones al sistema, nos ayudó a crecer, nos regaló su erudición, nos hizo mejores personas. Nos educó. Cierren los ojos y vuelvan a verlo, y lo que sentían en sus prodigiosas clases… estamos hablando de Maestros y de Educación (con mayúsculas).

La ciencia ha progresado en todos los ámbitos del saber pero, ¿también lo ha hecho en el mundo educativo?

En el último siglo las humanidades y las ciencias sociales, entre las que se encuentra la educación, han ido adoptando los métodos y estructuras investigativas de las ciencias experimentales. Por supuesto es un complejo debate epistemológico en el que no entraremos, pero un mínimo análisis nos permite entender que hay diferencias sustanciales en el modo de acceder al conocimiento empírico y la experimentación.

Piense por un momento. Si sostengo un bolígrafo con mis dedos y comunico que lo voy a soltar todos anunciaremos que va a caer. Es una hipótesis. Lo hago mil veces, incluso lo repiten muchas personas, y así sucede… hay una fuerza que atrae el bolígrafo hacia el suelo. La hipótesis se convierte en teoría. Estoy constatando empíricamente un fenómeno de nuestro universo: la atracción gravitatoria entre dos cuerpos (la Tierra, con una masa enorme, atrae al bolígrafo, de menor masa).

Ahora bien. Imagine que me encuentro en la calle y hago el siguiente experimento: arrojo un vaso de agua a los pies de una persona. ¿Cómo va a reaccionar? Resultaría muy complejo establecer una hipótesis. Puede asustarse y huir, enfadarse y empujarme, preguntarme por qué lo he hecho…. El motivo es que están presentes tantísimas variables (carácter de la persona, edad, experiencias previas, etc.) que establecer teorías en el ámbito de lo social y humanístico resulta prácticamente imposible.

Además, siempre existirán excepciones. Podríamos determinar que la capacidad cognitiva para el aprendizaje de matemáticas de un adolescente de 15 años es superior a la de un niño de 4… pero no siempre es así. Un método de aprendizaje de escritura puede ser válido para cien clases pero tal vez no lo sea para la ciento uno, pues en ella existen variables que no estaban presentes en las anteriores… (en otra ocasión hablaremos del concepto de protociencia según Mario Bunge).

En las últimas décadas, sin embargo, se han impuesto un conjunto de teorías pedagógicas que constituyen hoy la preparación de los profesores, por encima de lo que realmente resultaría imprescindible: una sólida y necesaria formación en ciencia y cultura. ¿Son eficaces las técnicas derivadas de estas teorías educativas? Existiría en ese caso un modo incontestable de demostrarlo. Si fuera así todos los docentes de pedagogía, que en principio las dominan por ser su especialidad, serían los mejores. Sin embargo un análisis de los resultados del programa DOCENTIA, que evalúa a los profesores universitarios, constataría que no es así: podemos encontrar docentes de química, historia, biología, microeconomía, etc. –sin formación pedagógica alguna, pues es el único nivel educativo en el que no se exige– que obtienen puntuaciones muy superiores a muchos de sus colegas de los departamentos de ciencias de la educación.

El conocimiento de técnicas pedagógicas puede resultar útil, pero en modo alguno supone la base de la auténtica calidad educativa.

Tan solo un ejemplo. Soy un enamorado del arte, de la pintura en concreto, y me maravillo cuando visito cualquier pinacoteca. Suponga que este servidor quiere ser como uno de esos pintores, lo primero que tendré que aprender, en efecto, son técnicas pictóricas. Aprender a pintar al óleo, a la acuarela, cómo usar una espátula, diferentes pinceles, los secretos del cromatismo, y un largo etc. Podría buscar los mejores talleres del mundo –soñaría con el de Verrocchio donde, junto a un joven Leonardo da Vinci, aprendería la asombrosa técnica del sfumato– y formarme durante diez, quince, veinte, años, toda mi vida… pues puedo asegurarle que, a pesar de este aprendizaje, del dominio de estas técnicas, jamás podría pintar Los Girasoles de Van Goth, o La Ascensión de los Bienaventurados de El Bosco, o El Perro de Goya… Porque para crear estas obras maestras no solo hay que conocer técnicas pictóricas sino que, sobre todo, hace falta nacer para ello, tener un don especial que algunos elegidos poseen.

Porque la educación, ante todo, es un arte. Y si no la consideramos así estaremos condenados al fracaso educativo. Resulta imprescindible un nuevo enfoque que podría comenzar por medio de dos estrategias paralelas. Como base de otras que hagan frente a los problemas educativos actuales (excesiva burocracia, carencias en la formación, disciplina, prestigio docente, etc.). De ello depende el futuro de nuestra sociedad.

La primera es romper con el concepto de educación exclusivamente como ciencia, lo es tan solo en parte. Hoy casi toda la investigación pedagógica gira en torno a los cuestionables factores de impacto –por cierto, al servicio tantas veces de intereses comerciales, económicos o políticos por encima de los plenamente científicos– que están condicionando sin duda la naturaleza de estos estudios. Los investigadores educativos, más allá del interés social o didáctico, se ven obligados a publicar en función de indicadores bibliométricos.

No puede ser que un estudio sobre la vida de un maestro ejemplar no sea publicado y, sin embargo, un trabajo repetitivo –que no aporta nada nuevo al haber centenares de investigaciones similares– sobre, pongamos el caso, la integración de las TIC, se publique en una revista de gran difusión por contar con una alta muestra y estar adornado por multitud de pruebas estadísticas no paramétricas. Debe apoyarse, al margen del mundo universitario, a los profesores que desean innovar e investigar, y que difundan ampliamente los resultados de sus experiencias si han sido exitosas.

La segunda, la más importante, estaría en la formación y acceso a la labor profesional docente. Las facultades de educación deberían conjugar lo mejor de las facultades de ciencias y de letras, pero también de las de bellas artes. Fusionar una exquisita y muy exigente formación en contenidos científicos y culturales pero, en paralelo, estar realizando prácticas de manera continua. Además, los futuros maestros deben ser enseñados por profesores con dilatada y reconocida experiencia. Los más destacados. Educador es quien hace amar el saber.

Por su parte en la selección del profesorado debería evaluarse primero, con absoluto rigor, el conocimiento que los candidatos tienen de los contenidos –sin lo que es imposible enseñar– para, los que obtengan mejores resultados, ser valorados durante un amplio período de tiempo en centros educativos con el fin de descubrir a los auténticos artistas de la educación.

Sí, los que tienen el don. Aquellos que, más allá del análisis de variables y técnicas didácticas forzadas, pueden ofrecer sabiduría e inspiración a los estudiantes. Aquellos que, como algunos de nuestros antiguos maestros, resultan inmortales en lo más profundo de nuestro ser y permanecerán atados a nuestros recuerdos para siempre.

P.D. Comenzamos una nueva etapa de Fronteras de la Ciencia. La revista que tiene en sus manos es fruto de un enorme esfuerzo y sacrificio. La creamos para una sola persona, usted, y para nosotros resultará un inmenso regalo que le complazca. Hemos intentado dar lo mejor de nosotros mismos, y apasionarnos con una labor, el compartir el conocimiento, que consideramos tan fascinante y hermosa. Ha sido toda una aventura, pero ha merecido la pena, qué duda cabe. Carpe diem.